4 de marzo de 2014

Popper y La tercera Ola, cuestión de conocimiento


En la Universidad Autónoma de Madrid, donde estudié, tenía varios referentes personales que me suscitaban una cierta admiración. Ya en esos momentos yo comenzaba a desarrollar una tendencia, hoy bastante marcada, a acercarme a quienes me podían aportar algo valioso, a aquellos de los que podía aprender.
Una de mis referencias era mi amigo Juan Carlos Cubeiro. Con Juan Carlos he podido reencontrarme en el año 2013 gracias a las redes sociales primero, a la lectura de varios de sus libros después y, posteriormente, a una conferencia suya que tuvimos la suerte de escuchar en el Banco Exterior en Venezuela.
Había otro estudiante cuyo nombre increíblemente no puedo recordar que, terminando la universidad, se fue a trabajar a la entonces recién creada Asesores Bursátiles, una de las "Prima donnas"  perseguida por todos para entrar a trabajar en aquel Madrid de 1987. Este compañero era un adicto a la lectura del filósofo austríaco Karl Popper. Yo nunca me animé a seguir sus tendencias de lectura (lector empedernido como ya era en aquellos tiempos) y, para ser honesto, tampoco entendía que se le perdía a mi compañero en la filosofía de ese austriaco de apellido extraño pero que nunca olvidé. Pasados muchos años de aquel momento, compré algunas de las obras de Popper. De una de ellas extraigo un pequeño fragmento:


"Creo, sin embargo, que al menos existe un problema filosófico por el que se interesan todos los hombres que reflexionan: es el de la cosmología, el problema de entender el mundo... incluidos nosotros y nuestro conocimiento como parte de él. Creo que toda ciencia es cosmología, y, en mi caso, el único interés de la filosofía, no menos que el de la ciencia, reside en los aportes que ha hecho a aquella; en todo caso, tanto la filosofía como la ciencia perderían todo su atractivo para mí si abandonasen tal empresa."
Karl Popper. La lógica de la investigación científica. México, Rei, 1991.


En la referencia anterior Popper habla del "problema de entender el mundo... incluidos nosotros". Con el tiempo, me di cuenta de que yo estaba profesionalmente ligado a mi trabajo a través de un enfoque estrictamente cuantitativo/técnico. Si. Estaba ligado, pero sin duda no estaba enamorado de mi trabajo. Mi vida profesional fue, hasta esos momentos, un período de fantástico entrenamiento en lo técnico, pero fue entonces cuando comencé a interesarme por el componente social de lo que me rodeaba. Fue entonces cuando comencé a ocuparme de entender más acerca del efecto de las personas como elementos individuales sobre el trabajo del grupo.

Sin duda Alvin Toffler ha sido uno de esos seres humanos visionarios que se animaron a dejar por escrito su forma de entender lo que vivimos y lo que podemos vivir. Toffler publicó La tercera ola en 1980, hace casi 34 años, y en él describía muchas de las cosas que hoy, avanzando en el sigo XXI, estamos viviendo. La primera vez que tuve contacto con ese libro de Toffler fue en la casa de mis padres. Mi hermana Amalia Baltar, periodista de corazón y de acción, lo tenía como uno de sus libros de cabecera. A mi me llamaba mucho la atención el título aunque reconozco que nunca tuve la intención de abrir el libro porque "eran lecturas de periodistas". Insisto en que eran momentos en los que uno, que estudiaba economía, creía que ese tipo de análisis acerca de la sociedad no era demasiado trascendente.
Toffler explicaba que la tercera ola se representaría por la sociedad de la información y del conocimiento. Decía que la producción en serie cambiaría y ya no se dedicaría a fabricar miles de unidades de un producto, sino cientos de unidades de cientos de productos. También predecía que se fortalecería la fuerza mental del ser humano como elemento fundamental que daría valor a los sistemas cibernéticos, computadoras, sistemas de comunicación, internet, etc.

No podían ser más acertadas esas profecías. El factor humano es lo que hoy realmente marca la diferencia en una comunión extraordinaria con la función técnica. Es cierto que son pocos, muy pocos, los que tienen la capacidad de ser visionarios. Eso es indudable. Lo que no es menos cierto es que todos somos responsables de reconocer la realidad. Que alguien visualizara hace más de 30 años lo que pasaría le cataloga como visionario. Que alguien no reconozca que esa situación YA llegó lo cataloga como ............. (ponga usted el calificativo que le parezca más oportuno). En definitiva se trata de considerar con urgencia el efecto de las personas. Se trata de ratificar la dispersión de las responsabilidades y no la concentración de las mismas. Se trata de que cada responsabilidad esté en manos de quien tiene las competencias (y las ganas) de manejarla. Se trata, en fin, de la multiplicación de los liderazgos como algo necesario. Es lo que vivimos hoy. Negarlo no tiene nada que ver con lo visionario y si mucho con la necedad (ahí va mi calificativo).

Recomiendo seguir al gallego Kike Vázquez en su blog Las Perlas de Kike. Blog muy bien documentado, con una dosis de complejidad técnica manejable, analítico y siempre oportuno en sus reflexiones. En un reciente post titulado "La próxima revolución industrial: el conocimiento" Kike abunda sobre el tema comentado en este post. Kike explica como en su último discurso en la National Association For Business Economics en Virginia, Larry Summers, abanderado de la teoría del "estancamiento secular", decía que hoy por hoy el capital vale poco y las ideas valen mucho. También observaba que las empresas se están decantando por invertir poco y bien a pesar de que el capital es más abundante que nunca. El capital está perdiendo protagonismo en favor de otro activo, el conocimiento y son las empresas que aplican éste último las que se están beneficiando con el cambio. No en vano muchos ya estamos orbitando con fidelidad alrededor de conceptos como el conocimiento. El propio Juan Carlos Cubeiro lo refleja con maestría en su Del capitalismo al talentismo.

Ya no se trata de ser visionario sino de reconocer la realidad con una gigantesca visión periférica. El conocimiento como herramienta definitivamente dejó obsoletas a la jerarquía, a la antigüedad y a la capacidad de relacionarse en esos terribles juegos de "pasillos" empresariales que, afortunadamente, están desapareciendo en la nueva construcción del liderazgo.



Raúl Baltar


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